Modo de producción capitalista es fraudulento por naturaleza

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Modo de producción capitalista es fraudulento por naturaleza

Los defraudadores sometidos a la deshonra pública prestan a la burguesía el inestimable servicio de escamotear el hecho de que la naturaleza del capitalismo es, además de opresora, ella misma eminentemente fraudulenta.

Con el capitalismo financiero y monopolista conservándose en la UTI, más de que nunca la burguesía mundial deja a la luz del día no sólo su antagonismo con las clases populares – expresada en el aumento de la explotación y en el deterioro de las condiciones de vida de las masas –, pero también la naturaleza fraudulenta del sistema que dirige. Los últimos meses, casos y más casos de grandes fraudes están viniendo a público, uno atrás del otro. No obstante, los informativos en general nos presentan cada uno de estos casos como hechos aislados, que saltan aquí y allí como esporádicos “crímenes de cuello blanco”. No es bien así. Los trabajadores necesitan tener en cuenta que, bajo el capitalismo, los fraudes son regla, y no excepción.

A finales del año pasado, ya en medio a la actual crisis capitalista, el ex director de la Bolsa de Valores de USA para compra y venta de acciones de empresas de alta tecnología, la Nasdaq, fue detenido por agentes del FBI acusado de fraudar los clientes de su empresa, la Bernard L. Madoff Investment Securities LCC, en más de 50.000 millones de dólares. Entre aquellos que a partir de entonces pasaron a ser llamados de “víctimas” de Bernard Madoff están grandes bancos europeos, actores de cine de Hollywood, renombrados inversores y hasta el Comité Olímpico Internacional. El financista, que tiene 70 años, fue denunciado por los propios hijos después que su historia de logros astronómicos y eternos no se sostuvo.

Así, en aquella ocasión, fuimos informados por la media burguesía de que el mayor fraude financiero de la historia, que había acabado de venir a público, finalmente había sido inspirado en las viejas y fantasiosas “corrientes de la felicidad”, o “pirámides”, como los trabajadores habrán de recordarse. En pocas palabras, se trata de intentar arrancar dinero de los otros prometiendo una rentabilidad que sería paga con la entrada de nuevos miembros, atraídos con la misma promesa de dinero fácil. Cuando no entra más nadie, quedan todos en el perjuicio. De acuerdo con los portavoces de la legalidad capitalista y del derecho burgués, Madoff pasó a ser el enemigo público número uno del sistema financiero global.

Pero la verdad es que, otrora instrumento de estafadores de cuarta categoría, este tipo de cuento del tío acabó alzado a la categoría de fondo de inversión ofrecida a la luz del día en el mercado internacional.

Sí, lo que ahora nos presentan como la madre de todos los fraudes en dos siglos del modo capitalista de producción es nada más, nada menos del que la bancarrota de un “hedge fund” cuya lógica fue estirada hasta el “límite de la responsabilidad”, para usar las palabras del antiguo tesorero de las campañas electorales de Fernando Henrique Cardoso y José Serra, Ricardo Sérgio de Oliveira, que con este eufemismo caracterizó los fraudes emprendidos por el PSDB en el ámbito del Programa Nacional de Privatizaciones.

Los llamados “hedge funds” son clasificados – y legitimados – por el palabreado mercadológico como aplicaciones más “agresivas”, más “especulativas”, más “arriesgadas”. En el léxico de una democracia de hecho, no pasarían de una forma sólo más descarada de una práctica inherente al capitalismo monopolista y financiero, la de multiplicar capitales y fortunas sin producir nada.

Lo que aconteció de diferente con Bernard Madoff fue que los riesgos de los fondos de inversión que vendía por el mundo se confirmaron. De la misma forma, lo que aconteció de diferente con Ricardo Sérgio de Oliveira fue que grabaron y divulgaron su conversación telefónica, porque fraude mayor fue la desnacionalización del patrimonio del pueblo brasileño.

Sorprendidos en sus actos o con la bancarrota provocada por los malos tiempos económicos, no importa. Los defraudadores sometidos a la deshonra pública prestan a la burguesía el inestimable servicio de escamotear el hecho de que la naturaleza del capitalismo es, además de opresora, ella misma eminentemente fraudulenta.

De la leche a las constructoras

El fraude está para el capitalismo como el riesgo está para las “víctimas” de Madoff: el capitalismo sólo es posible por la vía fraudulenta, mientras las “víctimas” sólo se dieron mal porque se arriesgaron en la promesa de los logros por encima de la media.

Lo que instituciones como el banco Santander y cineastas como Steven Spielberg hicieron confiando parte de sus riquezas a los fondos de inversiones podridas de Madoff no está muy distante de lo que hacen los que son afectos a la timba de las Bolsas de Valores. Es sólo una cuestión de hasta dónde va la codicia  o de la necesidad de un banco o empresa de reproducir capital más rápidamente, aunque bajo mayor peligro de verlo evaporar.

En vez de “víctimas”, la palabra “cómplices” les caería mejor. De la misma forma, el capitalismo no puede se resentir de los escándalos de fraude. Los fraudes no minan su funcionamiento; ellas alimentan sus engranajes, le dan su esencia. Así camina la alta burguesía: en la base de negociados, corrupción, crímenes, acuerdos, sobornos, trapazas etc.

Bajo el capitalismo, se frauda todo, hasta la leche de los niños. Literalmente, como prueban los recientes casos de leche adulterada en cooperativas en Brasil y en China. Pero, en tiempos de crisis y, luego, del parasitismo que caracteriza el capitalismo en descomposición, los fraudes que tienden a multiplicarse exponencialmente son aquellos de los peces grandes. Como acostumbra decir el cineasta Francis Ford Coppola, “todo Big Business capitalista es una especie de mafia”.

Que lo diga el escándalo de sobreprecio de la “mafia de los parásitos”, que reveló los sobornos de varias grandes empresas de materiales hospitalarios a funcionarios. Que lo diga el ex ejecutivo jefe y fundador de la multinacional italiana de productos alimenticios Parmalat, Carlisto Tanzi, condenado a finales de 2008 a diez años de cadena por “fraude contra el mercado”, “obstrucción a la supervisión” y asociación “criminal para fines de suspensión de pagos fraudulenta”. A suspensión de pagos de la Parmalat, en 2003, reveló un esquema multimillonario que acabó mostrándose uno de los mayores “escándalos” financieros de la historia de Europa, con irregularidades que venían siendo practicadas desde 1988.

Que lo diga también Huang Guangyu, uno de los hombres más ricos de China, empresario de éxito, propietario de una cadena de más de 1.300 tiendas de aparatos electrónicos, dueño de una fortuna de seis mil millones de dólares. Pues el respetable magnate chino fue detenido a finales del año pasado por hacer transacciones fraudulentas con acciones de la farmacéutica de su hermano en la bolsa de valores de Shanghái. Ya el vicepresidente del consejo de administración de la tercera mayor productora estatal china de cobre tuvo un destino más duro: fue condenado a muerte después que se descubrió que él fraudó el Estado chino en seis millones de dólares.

Pero el caso reciente de fraude más inusitado viene de Dinamarca. Hasta el inicio de diciembre del año pasado, Stein Bagger era el ejecutivo jefe de la homenajeada empresa de informática IT Factory. Muy homenajeada. Tanto que Bagger fue escogido el emprendedor danés del año de 2008 por la internacionalmente renombrada empresa de auditoría Ernst & Young. El homenaje le fue atribuido poco antes de él declararse culpable de los crímenes de fraude y falsificación. Bagger creaba empresas fantasmas para hacer pedidos de software a su empresa principal, fraudando los números sobre sus logros para apalancar el precio de las acciones. Hasta el PhD de la Ernst & Young era absolutamente falso.

Criminalmente legales

En razón de la necesidad de negar la naturaleza fraudulenta del sistema que dirigen, las administraciones de los Estados burgueses continúan dedicándose a un combate destinado al fracaso, el de la caza a los carteles. Es una vieja panacea presentada como atestado de que los gobiernos defienden los intereses de los ciudadanos, y no, como es hecho, de las clases dominantes. Un bello ejemplo de que el fraude del cartel no puede ser debelado simplemente porque forma parte del gran fraude capitalista puede ser observado aquí mismo, en Brasil.

Los primeros días de este año fue ventilado en algunos órganos del monopolio de los medios de comunicación que opera en Brasil que “ha crecido el cerco a la acción de los carteles en el país”. La afirmación se basa en varias estadísticas. La primera dice respeto al número de búsquedas y aprehensiones solicitadas por la Secretaría de Derecho Económico del Ministerio de la Justicia (SDE). Ellas saltaron de 11 entre 2003 y 2005 para 84 en 2007. El número de pedidos de prisión temporal por formación de cartel saltó de dos para 30 en el mismo intervalo de tiempo. Y en 2008, hasta el mes de septiembre, fueron realizadas 57 operaciones de búsqueda y aprehensión y 32 prisiones temporales. Además de todo esto existen 300 investigaciones por formación de cartel en curso en la SDE, y 100 más en el Cade (Consejo Administrativo de Defensa Económica). Desde 2003, cuando esfuerzos de este tipo comenzaron a ser llevados a cabo, los órganos federales ya aplicaron más de 760 millones de reales en multas.

A primera vista, números vultuosos como estos pueden llevar a creer que en pocos años el Estado brasileño se transformó en un verdadero paladino anti-carteles y anti-monopolios. Pero, ¿qué decir de la cartelización impune de la aviación civil en el país – a pesar de la existencia de una agencia gubernamental dedicada a regular el sector – y del empeño del propio Luiz Inácio por la formación del gigantesco monopolio que nació de la fusión entre las operadoras Oi y Brasil Telecom, que colocó la cereza en el gran pastel fraudulento que fue la privatización de las telecomunicaciones? Delante de estos casos, se puede tener certeza de que la lucha contra los carteles, además de imposible, está lejos de ser una prioridad de aquellos que administran exactamente los intereses del grande capital.

Los fraudes dan el tono de la relación de los Estados burgueses con grandes grupos económicos, sean ellas en la forma de negociados, sean a pecho descubierto, a través de arreglos sacramentados por los ejecutivos, legislativos y judiciales. Al lado de la explotación de la clase trabajadora, los fraudes ilegales o criminalmente legalizadas son el instrumento que el grande capital dispone para reproducirse indefinidamente, sin mayores esfuerzos. Sobornos, arreglos y sobreprecios – y, coincidencia o no, la explotación extrema del proletariado – llegan aún a ser la marca registrada de ciertos sectores de la economía, como la construcción civil.

Todo esto nos lleva a concluir que no basta rechazar y escandalizarnos con los fraudes expuestos en las capas periódicos como anomalías de un sistema que, dicen, sería sustentado en la lisura y en la justicia; es preciso rechazar, indignarnos y revelarse contra el propio sistema capitalista, él fraudulento desde la raíz.

‘Como si lo escandaloso no fuese justamente su legalidad’

Texto del escritor Luis Fernando Veríssimo que abre su coetánea de crónicas intitulada “El Mundo es Bárbaro”, publicada en 2008 por la editora Objetiva.

“Oído por las calles: “¿Qué es lo que eso tiene a ver con mi café con leche? “No sé si es una frase hecha común que solamente yo no conocía o si estaba siendo inventada en el momento, pero me gustó. Todo, en el fin, se resume en lo que tiene y no tiene a ver con nuestro café con leche, en el que afecta o no afecta directamente nuestras vidas y nuestros hábitos. Es una cuestión que envuelve más que la vecindad próxima. Otro día quedamos sabiendo que Stephen Hawking volvió atrás en su teoría sobre los agujeros negros, aquellos en el Universo en que la materia desaparece. Ni yo ni usted entendíamos la teoría, y ahora somos obligados a rever nuestra ignorancia: los agujeros negros no eran nada de aquello que uno no sabía que eran, son otra cosa que nunca vamos entender. Nuestro consuelo es que nada de esto tiene que ver con nuestro café con leche. Los agujeros negros y nuestro café con leche son, aún, extremos opuestos, la extrema angustia del desconocido y el extremo conforto de lo familiar. No caben en la misma mesa o en el mismo cerebro.

Pero de la misma forma que estos extremos no están tan lejos así – basta el Sol inventar de implotar e iremos todos juntos para el agujero, nosotros, nuestro café con leche, nuestro pan con manteca, nuestro santito de la suerte y aquel pulóver favorito –, cosas de la vecindad próxima que parecen no tener nada a ver con nuestras vidas, tienen mucho. Usted lee esas historias de fortunas migrando entre los pocos bolsos de siempre, yendo para paraísos fiscales y cuentas offshore y volviendo disfrazado, el milagro del dinero estéril generando más dinero estéril, la grande e interminable farra del capital en Brasil, y es cómo si leyera sobre los agujeros negros, algo que no le dice respeto, que se pasa lejos de su café con leche. Y, sin embargo la moral de ese burdel es la moral dominante en el país, ahora, increíblemente, más de que nunca. Es la que determina nuestra expectativa de vida. Sus apologistas dicen que no hay nada de ilegal en el turismo sexual que el capital financiero hace en Brasil para reproducir a sí mismo, como si el escándalo no fuera justamente su legalidad. También alegan que no hay alternativa viable a nuestra dependencia del capital amoral. Era lo que Stephen Hawking decía de su teoría para los agujeros negros, antes de cambiar de idea. Pero aparentemente las leyes de la física son más flexibles de que la ortodoxia del burdel.”

Traducciones: [email protected]

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