En 2008, la zafra nacional de cereales, leguminosas y oleaginosas será en torno de 144 millones de toneladas, registrando aumento de 7,9% en relación al año anterior. Los beneficios de esta pujanza, sin embargo, no quedarán para los brasileños, sino para el monopolio que controla la producción y el comercio agrícola del mundo entero– 40 grupos con sede en Europa y en USA, que se hacen presentes aquí desde el siglo 19: Bunge, Monsanto, Cargil, Yara, Dreyfuss, Unilever, Nestlé, Potash, Mosaic más media docena de otros.
A pesar del record de producción, el área plantada de granos (46,1 millones de hectáreas) tuvo un aumento de apenas 3,9% en relación a 2007. La utilización maciza de fertilizantes importados resultó en aumento de productividad principalmente en los cultivos de soya, maíz y arroz, que ocupan las mayores áreas plantadas (respectivamente, 21,2; 14,4 y 2,9 millones de hectáreas) y representan 90% de la producción.
¿Producir para quién?
Brasil, cada vez más condicionado a cultivar productos agrícolas para atender intereses alienígenos en detrimento de las necesidades internas, se tornó el cuarto consumidor mundial de fertilizantes, comprando del exterior más de 70% del adobo que utiliza. Solo que, en la zafra 2007/2008, Bunge, Yara y Mosaic aumentaron sus precios en 100%. En los tres últimos años, 300%.
El monopolio de los fertilizantes decretó esos aumentos en escala planetaria. Los productores quedaron imposibilitados de adquirir las cantidades necesarias y todo desembocó en una explosión de los precios de los alimentos. Se configuró una crisis mundial que desde 2002 viene matando, en África, nada menos que 12 millones de seres humanos anualmente.
La consecuencia es que ya son casi 40 los países donde el pueblo se revela debido a la crisis de los alimentos. Los primeros protestos vinieron de Méjico, el año pasado. Más recientemente hubo tumultos en Egipto, Marruecos, Haití, Filipinas, Indonesia, Paquistán, Bangladesh, Malasia y en toda África Occidental.
En USA, desesperados para reponer los nutrientes del suelo, millares de hacenderos de Iowa intensificaron la antigua práctica de esparcir toneladas de estiércol de cerdo en sus plantaciones. En la India, el precio de los fertilizantes subsidiado para los agricultores disparó, provocando demandas de una reforma política agrícola. Y en África, los planes para contener el hambre con el aumento de las zafras quedaron súbitamente amenazados.
Para prevenir movimientos populares, algunos gobiernos adoptaron medidas puntuales: Casaquistán suspendió las exportaciones de trigo; las Filipinas frenaron la acción de especuladores; y Argentina, Vietnam y Rusia restringieron sus ventas de trigo, arroz y soya al exterior. Brasil, cuya mesa nunca dependió tanto de los productos de afuera, se limitó a cortar las exportaciones de arroz, a ejemplo de Indonesia, aumentar la tasa de intereses con el pretexto de prevenir el retorno de la inflación, y anunciar que el Planalto determinó a la Petrobrás, Vale y BNDES que encuentren maneras de suplir cerca de 80 % de la demanda interna de fertilizantes.
El adobo es básicamente una combinación de nutrientes adicionada al suelo para ayudar a las plantas a crecer. Los tres elementos más importantes son nitrógeno, fósforo y potasio. Los dos últimos están disponibles a siglos y actualmente proveen de minas. Pero el nitrógeno de una manera que las plantas puedan absorberlo era escaso. La falta de nitrógeno provocó zafras improductivas por siglos. Esta limitación acabó en el inicio del siglo 20, con la invención de una técnica, actualmente alimentada principalmente con gas natural, que retira nitrógeno químicamente inerte del aire y lo convierte en una forma utilizable.
Hasta 1992, dos subsidiarias de la Petrobras, la Ultrafértil y la Fosfértil, comandaban la producción de fertilizantes en el país. En el año siguiente, la gerencia Collor desencadenó el proceso de desnacionalización de aquellas dos empresas, colocando los agricultores brasileños a merced de los intereses de los grandes grupos transnacionales. Si hoy la soya y el maíz tienen picos de alta, el sector de fertilizantes siempre estuvo en alta. Ni siquiera la queda del dólar beneficia los agricultores que pagan cada vez más caro para nitrogenar sus tierras.
El precio de la especulación
En realidad el problema no es de falta de alimentos, es una cuestión de política agraria. Para alegría de los latifundistas, con el alta de los alimentos, el precio medio de las tierras destinadas a la agropecuaria en Brasil subió 16,3% en el segundo bimestre de 2008, ante el mismo período de 2007, para R$ 4.135 por hectárea, según el grupo Agra, uno de los líderes en consultoría en el agronegocio en el mundo.
Las áreas productoras de granos registraron valorizaciones mayores aun. La analista Jacqueline Bierhals, de la Agra, cuenta que en Paraná –uno de los Estados líderes en la producción de granos del país– hubo negocios en Cascavel a R$34 mil por hectárea, parcelado en tres veces. Y comenta: “Hay hasta médico comprando tierra por aquí”. En Pará, Amazonas, Rondonia, Mato Groso y Amapá todo ya se encuentra tomado por explotadores de todas las profesiones, establecidos u oriundos de los cuatro lados del mundo, y con el beneplácito de las gerencias que se proclaman nacionales.
Brasil se enorgullece de ser un país exportador de granos. Se calcula que la zafra de este año llegará a 139 millones de toneladas. Parece mucho pero es poco. Los Estados Unidos, apenas de trigo producen 150 millones de toneladas. En Brasil existen tierras ociosas por toda parte ¿Por qué no son cultivadas?
La actual crisis denuncia lo desvirtuado de la agricultura, en todo su proceso productivo, lo que solo podrá ser sanado con la revolución agraria y la recuperación de la finalidad primordial de la agricultura, que es la de producir alimentos para satisfacer las necesidades del pueblo. Y no hacer de ella un mercado lucrativo para los que especulan con el hambre de las personas.
De cualquier manera, la anarquía de la producción capitalista atingió tal punto que las leyes del mercado funcionan al contrario de lo que afirman los economistas a su servicio: la mayor oferta, o producción, junto con la menor capacidad de compra, no está resultando en la queda de los precios, sino al contrario. Esto se debe a una razón muy simple: el llamado libre mercado produjo gran concentración de capitales y recursos en pocas manos, o sea fortaleció unos pocos que se hicieron dueños del mundo e imponen los precios que quieren para mantener sus ganancias elevadas.
La crisis de alimentos viene a comprobar que la “globalización” no dio origen a la concurrencia, sino que intensificó el control imperialista del mundo por siete potencias y 200 transnacionales que, con ayuda del Banco Mundial, del FMI, de la OMC y organismos que les son agregados, a través de gobiernos subalternos van perennizando el papel de las semicolonias como países primario-exportadores.
Hambre es el plato principal en el menú imperialista
Los gerentes del G-8, grupo de los siete países más ricos del planeta, más la Rusia, se reunieron en el inicio de julio, para nuevamente intercambiar ideas sobre la crisis mundial de alimentos y el hambre que amenaza las naciones pobres.
Informe del Departamento de Agricultura de USA informaba que, en 2007, el hambre pasó a amenazar más 133 millones de personas. Y la tendencia no es optimista, al contrario. El estudio prevé que 1,2 mil millones de personas pueden ser atingidas hasta 2017. La estimativa es contraria a las expectativas anteriores, de que el hambre estaba en declino en el mundo, exceptuando la África subsahariana.
El debate, esta vez en Japón, fue trabado en el Windsor Hotel Toya, en la isla japonesa de Hokkaido, a la mesa de la cena que, al módico precio de 480 dólares por cabeza, permitió experimentar 24 platos, incluyendo entradas y postres.
Trufas negras, cangrejos gigantes, cordero asado con hongos, bulbos de lirio de invierno, supremos de gallina con espuma de remolacha y una selección de quesos acompañados de miel y almendras caramelizadas eran apenas algunos de los platos a disposición de las cabezas coronadas, que acompañaron la comida nocturna con cinco vinos diferentes, entre los cuales un Château-Grillet 2005, evaluado en 110 dólares cada botella.
No faltó también caviar legítimo con champagne, salmón ahumado, bifes de vaca de Quito y espárragos blancos. En el servicio estuvieron envueltos 25 chefs japoneses y extranjeros, entre los cuales algunos galardonados con las afamadas tres estrellas de la Guía Michelin.
Según la imprenta británica, el “decoro” de los líderes del G-8 o, por lo menos de los anfitriones japoneses los impidió de convidar para la cena algunos participantes de las reuniones sobre las cuestiones alimentares, como los representantes de Etiopia, Tanzania o Senegal. La presencia de Luíz Inácio apenas podrá ser conferida después del examen del informe de gastos por el Tribunal de Cuentas.
El evento del G-8 costó un total de 358 millones de euros, lo suficiente para comprar 192 millones de toneladas de poroto en los supermercados de Río o San Pablo, a R$ 4,18 el quilo. Apenas el centro de imprenta construido especialmente para el evento, costó 48 millones de dólares, lo que daría para comprar 21 millones de toneladas de pan en las panaderías de las grandes capitales, a R$ 6 el kilo. Después de la cena, todos se recogieron a sus aposentos, al precio de 11.200 dólares (R$ 17.920) por noche.
Tentáculos de un monopolio
Actualmente, la producción doméstica de materias primas (nitrógeno, fósforo y potasio) para la fabricación de fertilizantes es liderada por la Bunge, creada en Holanda en 1818 para negociar granos y otros productos y que llegó aquí en 1905.
Llegó mansamente, asociándose a un grupo de empresarios de Santos, que buscaba capital, tecnología y experiencia en la negociación de trigo. Era el Moinho Santista, cuyo control luego asumió, seguido del Moinho Fluminense, estableciendo unidades en Recife, Joinville, Porto Alegre, Ilheus, tornándose la principal productora de harina del país. Después de adquirir la exportadora Cavalcanti & Cia, la transformó en Sociedad Algodonera del Nordeste Brasileño, SANBRA, para exportar, además de algodón, mamona, ouricuri, carnauba, y sisal. Como de la beneficiación del algodón sobraba el carozo, derrumbó la gordura de cerdo usada en las cocinas de la época, para sustituirla por los oleos de algodón y de maní. Entró enseguida en el área textil, produciendo primero, tejidos con el algodón que beneficiaba y después, hilos y tejidos de lana, transformándose en uno de los mayores grupos textiles del país.
Ante las necesidades de la agricultura brasileña de fertilizantes para crecer, creó la Serrana para producir superfosfato a partir de una mina de fosfato en Cajati, San Pablo. Como la producción de fertilizantes exigía acido sulfúrico, la Bunge pasó a actuar en el sector químico, creando la Quimbrasil.
Con la industrialización del país, la actuación de la empresa en ese sector fue ampliada con el surgimiento de nuevas casas, edificios y fábricas en la década de 1950, que aumentó la demanda por tintas. Nace así, la Coral Tintas y en paralelo la margarina Delicia, para sustituir y complementar el uso de la manteca. Poco después, fue lanzado el oleo de soya, producido inicialmente en la SAMRIG, en Río Grande do Sul, primer Estado donde la cultura de soya se implantó.
La abertura económica, en el inicio de la década de 1990, cuando el grupo Bunge reunía más de cien emprendimientos, lo llevó a concentrar nuevamente sus actividades en el agronegocio: compró la Ceval, brasileña que era la mayor exportadora del complejo soya en el país. Además de empresas de fertilizantes como IAPO, Ouro Verde y Manah, implantó nuevas unidades y se consolidó como líder del agronegocio, en el cual introdujo el trueque, suministrando fertilizantes por granos, utilizados entre otras cosas, en los oleos Soya, Salada, Delicia, Primor, Bunge Pró, Bentamix y más recientemente, la línea Cyclus, con la utilización de transgénicos, que solamente ahora, después de mucha presión, pasaron a ser indicados en los rótulos.
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