Recientemente el Sr. Luiz Inácio, jefe del oportunismo en la gerencia del Estado semicolonial brasileño, juntamente con su presumida candidata a sucesora ha desarrollado un discurso en el cual se colocan como patriotas y nacionalistas. Para tal efecto, usan como fachada de su nacionalismo el marco regulatorio del pre-sal, las cobranzas junto a la Vale do Río Doce para agregar valor al mineral de hierro y una genérica defensa de la participación del Estado en el direccionamiento de la economía. Todo eso empaquetado por una ufana campaña publicitaria de país de gran potencia. Tal fanfarronería impar en la historia de Brasil es sostenida por una máquina de propaganda extremadamente onerosa para los cofres de la nación.
El envanecimiento en torno al pre-sal, de la Copa del Mundo en 2014 y de las Olimpiadas en 2016 entre otras necias patrioterías sumado al esquema montado para la producción y lanzamiento de la película sobre la biografía romanceada de Luiz Inácio, envolviendo no sólo el circuito comercial como los sindicatos corporativizados, deja para tras el DIP(1) de Vargas y el régimen militar-fascista de 64. Ya en cuestión de demagogia y falseamiento, causaría envidia aún a los propagandistas de Hitler y Mussolini.
Todo ese clima, sin embargo, no puede encubrir el carácter burgués-latifundista servicial del imperialismo del Estado brasileño, patrocinador del capitalismo burocrático, cuya defensa Luiz Inácio quiere vender para la nación como un nacionalismo antiimperialista.
La combinación de la mistificación de las masas con la extrema represión desencadenada sobre las mismas no deja duda cuanto a la profundización de la actual gerencia de turno en el rumbo de un fascismo más sofisticado.
El carácter de clase de la cuestión nacional
La constitución del Estado nacional fue resultante, principalmente, de la toma del poder político por la burguesía, desbancando la nobleza después de siglos de dominación feudal. El capitalismo en ascenso cumplía un papel revolucionario al revolver por las raíces un vasto conjunto de instituciones arcaicas, enarbolando "libertad, fraternidad e igualdad".
La burguesía necesitaba, pues, crear mercados, consolidarlos y ampliarlos. Para asegurar estos fines ella asumió el poder y el gobierno del Estado y lo transformó en comité de defensa de sus intereses, mistificándolos cómo siendo los verdaderos intereses nacionales. Surge el nacionalismo burgués.
Transcurrida toda una fase de competencia en la cual las pequeñas iniciativas fueron engullidas por los mayores, después de tormentosas crisis de superproducción, surgen los monopolios que extrapolan su base nacional, en la búsqueda de fuentes de materias primas y mercados consumidores, crean el nuevo sistema colonial.
Al incorporar al mercado las más remotas regiones, el capitalismo se firma como un sistema mundial. Atascado cada vez más en las crisis de superproducción recurrirá obligatoriamente al rentismo y a la especulación, lo que se concretizará con la fusión del capital bancario con el capital industrial, dando origen al capital financiero y el sistema internacional de exportación de capitales. Surge el imperialismo, ya envuelto en disputas entre los países recién llegados a esta condición, como Japón, Italia y Alemania, y aquellos ya consolidados en ella, como Inglaterra, Francia y USA. Contradicción que sólo podría ser resuelta a través de la guerra interimperialista por el reparto y repartija del mundo, tal como resultaron ser las dos grandes guerras mundiales y decenas de otras regionales.
Lo que las burguesías imperialistas no imaginaban es que el proletariado pudiera tomar en sus manos el poder político, como de hecho aconteció con la revolución en Rusia, en 1917, modificando totalmente el panorama mundial. Siendo socialista, la revolución de octubre de 1917 inauguró una Nova Era en la historia de la humanidad y confirmó la condición inevitable para la superación completa de las contradicciones del capitalismo en su sustitución por un sistema social superior, el socialismo, con la toma del poder por el proletariado.
Nacionalismo burgués y nacionalismo proletario
Objetivando pasar por intereses nacionales sus intereses, la burguesía creó un tipo de nacionalismo que sofocaba y oprimía otros pueblos y naciones, el chauvinismo. Esta búsqueda insistente en enaltecer características de la "raza" constituyente de su nación, inclusive por supuesta superioridad de esta, fue la base ideológica utilizada por el nazi fascismo para conquistar su "espacio vital" por la subyugación de otros pueblos y naciones.
Por otro lado, en las naciones oprimidas y explotadas por el imperialismo la capa superior de sus burguesías, por haber surgido asociadas a los intereses imperialistas, abdicaron de defender los intereses de la nación, no por opción política, pero por naturaleza, desarrollando la ideología de la subyugación nacional. Su postura, sin embargo, no podía eliminar una situación concreta, característica de la época del imperialismo: la contradicción entre nación e imperialismo.
La defensa de la soberanía nacional, de su economía y de su patrimonio cultural, pasó entonces para las manos del proletariado, del campesinado pobre y de la capa inferior de la burguesía (pequeña y media), dando origen a los movimientos de liberación nacional. Con el pasaje del capitalismo a su fase monopolista (imperialismo) y adviento de la Revolución Proletaria en Rusia, concluyendo la época de la revolución burguesa mundial e iniciando la época de la revolución proletaria mundial, los movimientos de liberación nacional pasaron a formar parte de esta última, aunque en sus programas estuviera puesta la solución de contradicciones en el ámbito de la revolución burguesa, como la cuestión agraria y la propia cuestión nacional. De ahí que el nacionalismo en estos países adquiere una connotación diferente y opuesta al nacionalismo burgués y al chauvinismo. Él deja de ser instrumento de opresión y explotación y pasa a ser instrumento de liberación.
La Revolución China llevó a las últimas consecuencias esta condición en la medida en que cupo al proletariado y a su partido, el Partido Comunista, la hegemonía del proceso del inicio hasta el fin, dando proseguimiento al proceso revolucionario con La Revolución Socialista y la Gran Revolución Cultural Proletaria.
Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista , ya afirmaban la posición del proletariado ante la cuestión nacional, donde la burguesía tenía la hegemonía del proceso:
"Los trabajadores no tienen patria. No podemos quitarles aquello que no tienen. Dado que ante todo el proletariado debe adquirir la supremacía política, constituirse en la clase dirigente de la nación, hacerse la propia nación, es en este sentido, nacional en sí mismo, aunque no en el sentido burgués de la palabra. Las diferenciaciones y los antagonismos entre los pueblos desaparecen día a día, debido al desarrollo de la burguesía, a la libertad de comercio, al mercado mundial, a la uniformidad del modo de producción y a las condiciones de vida que corresponden al mismo.
La supremacía del proletariado las hará desaparecer aún más rápidamente. La acción común en los países civilizados es una de las principales condiciones de emancipación del proletariado.
En la medida en que se suprime la explotación del hombre por el hombre, se suprime también la explotación de una nación por la otra.
La hostilidad entre las naciones desaparecerá a medida que desaparecer el antagonismo entre las clases en el interior de esas naciones."
La nueva fachada del imperialismo en Brasil
Para ejercer y mantener la opresión sobre la inmensa mayoría de las naciones, el imperialismo, por su naturaleza, engendró y desarrolla en ellas un capitalismo atrasado de tipo burocrático asentado en bases y relaciones sociales de producción y culturales arcaicas, en que el poder político es sostenido por un aparato estatal burocrático y genocida. En permanente pugna y conchabanza entre sí por el botín de las naciones oprimidas y mediante la profundización de la crisis general del capital, los países imperialistas necesitan cada vez más de nuevos planes y nuevas fachadas para controlar el viejo Estado. Y la política del oportunismo derechista, caso de la actual gerencia de turno, es la política del imperialismo travestida de una demagogia para con las masas oprimidas y explotadas. Es esta simulación que da una apariencia de una tercera vía. Sin embargo, desde la falencia de la II Internacional(2) y su desenmascaramiento por Lenin, su esencia de servicial del imperialismo se quedó explícita.
Mientras el oportunismo del PT, auxiliado por sus comparsas del PSB, PDT y la camarilla revisionista del PCdoB, maquinan para eternizar su reino en el viejo Estado, aplican todo el recetario económico dictado por el imperialismo dando el mejor de los mundos para los banqueros y latifundistas por un lado y por otro, en relación a las masas, pan y circo a los resignados y represión a los inconformados. Mientras presiden la represión más genocida de la historia del país contra los pobres de las favelas y del campo, la rebelión popular fermenta. Fermenta eclosionando revueltas aquí y allá, por todo el país.
Mientras el viejo se traviste de nuevo con la cara del oportunismo "nacionalista" el nuevo si gesta paso a paso en el viejo camino de la lucha revolucionaria. El despertar de las masas populares para la rebelión y la protesta popular no manda avisos. Son ellas que hacen la historia y tan inmediatamente consiga establecer su partido revolucionario de clase, asegurándose de una dirección revolucionaria proletaria, llegará la hora del acierto de cuentas con toda la reacción, de barrer el oportunismo para limpiar el camino rumbo a la construcción de la nueva sociedad.
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Notas
1 – DIP – Departamento de Prensa y Propaganda del Estado Nuevo fascista creado por Getúlio Vargas en 1937 y que duró hasta el fin de ese régimen en 1945.
2 – II Internacional – Organización internacional de la clase obrera fundada en 1889. Creada con el concurso directo de Friedrich Engels, la II Internacional contribuyó para la difusión de las ideas del marxismo, para el desarrollo del movimiento obrero de masa, para el fortalecimiento y crecimiento de los partidos socialistas. A finales del siglo XIX y comienzo del XX se reforzó gradualmente la influencia de los elementos oportunistas que encaminaron por la vía de una revisión de la doctrina de Karl Marx. En el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914), los líderes de la II Internacional se alinearon por las posiciones del social-chauvinismo y se aliaron a la política imperialista de defensa de "sus" gobiernos burgueses respectivos, traicionando la causa del socialismo y del proletariado, lo que provocó la falencia de la II Internacional. El partido bolchevique dirigido por Lenin trabó una lucha irreconciliable contra el oportunismo y el social-chauvinismo, se colocó a la cabeza de la revolución socialista en Rusia y creó las condiciones para un renacimiento de la unidad internacional de la clase obrera.
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