Traducción Enrique Chiappa
La creación de la “Fuerza Nacional Ambiental” por Bolsonaro y su gobierno de generales, que será coordinada por una fuerza de tareas presidida por el general del Ejército reaccionario y vicepresidente, Hamilton Mourão, es una demostración patente del carácter latifundista de este gobierno de turno.
Es verdad que en los monopolios de los medios de comunicación de la reacción están estampadas justificaciones y “explicaciones”. Se dice: “Es para combatir el incendio”, “protección ambiental”, “defensa nacional”. Pero la verdadera razón es evidente: combatir las masas campesinas en lucha combativa. Basta ver que se junta a la creación de esa fuerza a la ya impuesta “Garantía de la Ley y de la Orden del campo”, con la cual el Ejecutivo podrá, por decreto, ordenar una intervención militar contra una dada área campesina.
La nueva fuerza militar, que será compuesta por policías militares y militares de las Fuerzas Armadas (FA), tiene carácter auxiliar actuando especialmente en la Amazonía Occidental, región donde la lucha campesina toma relieve. Allá, ya están presentes, además de las fuerzas permanentes de batallones de selva y unidades de la Marina y Aeronáutica, nuevos miles de militares de las FA desde los episodios de las quemadas promovidas por latifundistas y por los propios servicios de inteligencia militares para justificar la presencia de tropas, en septiembre de 2019. Tropas que, conforme denunció el movimiento campesino de la región, están cercando e invadiendo campamentos en operaciones clandestinas, en locales donde ni siquiera ocurrieron focos de incendio.
Tal medida es un nuevo paso adelante del golpe de Estado militar cómo ofensiva contrarrevolucionaria preventiva, específicamente en su tercera tarea: incrementar el Estado policial-militar, recrudecer la represión y la preparación, ya evidentemente, de una guerra contrarrevolucionaria de amplia escala contra las masas en lucha, sobre todo en el campo. Está provocación puede generar una fuerte reacción.
Represión incita y no asusta
A pesar de toda la represión, nada podrá sofrenar la lucha por la tierra. La lucha del bravo campesinado brasileño contra el latifundio tiene raíces históricas y seculares; es una necesidad de la gran mayoría de la Nación y, espontáneamente, los campesinos se lanzan a ella.
Hoy, a las decenas de millones de campesinos pobres, les resta la ardua obligación de producir toda la canasta básica de subsistencia de la fuerza de trabajo: sin crédito, sin una política justa de precios, sin maquinaria y sin ningún incentivo estatal digno. Esto, sin hablar de las otras decenas de millones que están sin acceso a la tierra.
Esas heroicas masas trabajadoras son obligadas a vender sus mercancías a precios bajos, inferiores al propio valor de su producción a los monopolios de la gran burguesía y del latifundio – como los ensacadores. Son obligados, para producir lo suficiente, a colocar toda la familia en la faena sin ni siquiera remunerarlos de modo asalariado. ¡Tales masas ni siquiera pueden apropiarse de la renta de la tierra! Esa explotación semifeudal desapiadada es, por su parte, la base del capitalismo burocrático, sobre la cual las clases dominantes espolian sin piedad también el proletariado urbano y rural, pagándole un salario miserable.
A los latifundistas, nietos y bisnietos de esclavistas, que producen commodities para el mercado mundial imperialista (subordinando y atrasando profundamente la Nación) es destinado el grueso del crédito estatal subsidiado, exenciones fiscales, perdón de la deuda – inclusive con la Seguridad Social para no contribuir – y toda la benevolencia de los sucesivos gobiernos de turno. La concentración de tierras alcanza niveles escandalosos, creciendo junto con la miseria del campesinado y de las periferias de las megalópolis, de las grandes y medias ciudades. He ahí la subyacente semifeudalidad que junto con la subyugación semicolonial del país al imperialismo, principalmente yanqui (Estados Unidos) engendra el capitalismo burocrático de explotación sin límites sobre nuestro pueblo.
El centro de la dominación es el latifundio
Toda la historia de subyugación del país y de las masas está asentada en la existencia de ese cáncer llamado latifundio.
Instaurado en Brasil desde el inicio de la colonización, en 1570, siempre bajo dominación extranjera (colonial hasta 1822 y qué en los días actuales semicolonial) fue evolucionando su forma de explotación: esclavista, semi-esclavista, feudal y semifeudal. Hoy, con el ropaje de “agro negocio”, sigue expropiando el campesinado en relaciones subyacentes que, en la esencia, son semifeudales, como base fundamental sobre la cual se desarrolla un capitalismo burocrático.
Asentado en el latifundio, que reprime el desarrollo económico genuinamente nacional, el imperialismo inglés impulsó el desarrollo capitalista en el fin del siglo XIX. Surgió una numerosa clase de compradores – familias latifundistas que, con la explotación de los esclavos y masas campesinas, acumularon capital e invirtieron en el comercio – que enriqueció aún más vendiendo las commodities del latifundio a la industria imperialista e importando las manufacturas, especialmente de Inglaterra, al suelo brasileño.
Toda esa relación de subordinación – iniciada y basada en la existencia del latifundio – arruinó toda la industria genuinamente nacional aún nesciente, con capital y producción legítimamente nacionales, a través de la competencia desleal de la industria, especialmente inglesa, y del retraso de las fuerzas productivas resultantes del peso del latifundio.
La clase de compradores se desarrolló como gran burguesía, con comercio monopolista y una poco numerosa industria monopolista, umbilicalmente conectados al latifundio (sirviéndose de él para alcanzar logros máximos y prosperar), cuyos señores de tierra hegemonizaron el poder de Estado en más de treinta años (República Vieja); clases dominantes entrelazadas al capital imperialista o sometidas a las densas redes de dominación imperialista en el crédito o en la cadena de producción. Con la denominada “Revolución de 30” se dio el surgimiento de otra fracción en la gran burguesía, la burocrática, que desde entonces, hegemonizando el poder de Estado, modelándolo en el corporativismo promovió grandes impulsos al capitalismo burocrático. Debido a esa subyugación del país, todo ese desarrollo fue a servicio del imperialismo y gran parte del plus-valía aquí extraída, inclusive por la gran burguesía, es llevada a las naciones imperialistas. Tal es la historia de espoliación del pueblo brasileño y de la Nación, cuyo origen – junto con la dominación extranjera – es el latifundio.
Romper con tal dominación exige, antes de todo, arrasar con el latifundio, incorporar los campesinos a los millones en la lucha revolucionaria dirigida por el proletariado, liberando las fuerzas productivas del campo, parte por parte, entregando la tierra a los campesinos pobres sin tierra o con poca tierra. Acumulada fuerza suficiente, dar un salto con la revolución democrática para nacionalizar los monopolios locales y extranjeros en todo el país.
Oportunistas hablan en elección y en democracia, como si fuera posible resolver con “diálogo” la miseria de las masas campesinas y de trabajadores de la ciudad y la riqueza indecente de los grandes burgueses y latifundistas y la sórdida dominación imperialista, siendo que la riqueza de unos crece justamente porque crece la miseria de otros. ¡Hablan aún en “reforma agraria” y “agricultura familiar” como si fueran la panacea de los campesinos! Pues bien. “Se olvidan” que las clases dominantes controlan profundamente el aparato de Estado y la “democracia”. Ejerciendo presión, gracias a su poder económico, dominio ideológico y de las fuerzas militares y policías, ellas conducen sus serviles a los puestos de autoridad. Pagan campañas millonarias para elegir parlamentarios, gobernadores y presidentes, que después deben servirlos como perros. Contratan “intelectuales” y compran medios de comunicación para hacer propaganda sobre la “importancia” de la existencia del latifundio: “Agro negocio, la industria riqueza de Brasil”, además de predicar el pacifismo, la “ciudadanía”, el camino electoral y de aguardar eternamente por la “reforma agraria”. Dominando los políticos, los latifundistas y grandes burgueses hacen, a través de ellos, las leyes, las medidas ejecutivas, escogen los comandantes militares y de las policías a su voluntad y ponen todo a funcionar a su servicio. Las masas están presas, como dice Marx, en un “círculo de hierro” que es ese sistema de explotación y opresión. Los campesinos nunca tendrán tierra e incentivo, sino para morir trabajando en beneficio de los monopolios, como ocurre a través de los siglos, hasta hoy.
¡Cuánta basura la Revolución de Nueva Democracia tendrá que barrer! Una obra tan colosal sólo puede desarrollarse por la vía cruenta y prolongada. Los campesinos, los más interesados en ella, se aliarán al proletariado en esa gran tarea. No hay otra vía, tampoco hay como abortar ese camino inevitable, pues que es demanda histórica pendiente y no resuelta. Esperen y verán.