Conocido como el “cero dos” por Bolsonaro, Carlos Bolsonaro (“Carluxo”) debería ser el “cero uno”, por ser él el preferido del padre, el cual es agradecido por le haber creado las condiciones para alcanzar el mandato de presidente de la república.
Recientemente, el “cero dos” afirmó que “por vías democráticas la transformación que el Brasil quiere no acontecerá”, sugiriendo también que el gobierno actual, de su padre, está atado al Alto Comando de las Fuerzas Armadas: “Los que siempre dominaron siguen dominándonos de maneras diferentes”. Esas afirmaciones son de él en la calidad de ventrílocuo de su padre, el fascista Jair Bolsonaro, que ya no puede decir abiertamente todo lo que piensa por la posición que ocupa.
De cierto modo, el grupo de Bolsonaro tiene razón: no que los fascistas puedan dar solución a los problemas del país (lejos de eso, lo que proponen sólo agravará todas las desgracias para las masas y la Nación), pero sí, de hecho, el gobierno está en otras manos.
Además, ¿cuáles serían los atributos de Carlos? No existen otros además de la vasta verborragia chula utilizada para descalificar sus detractores, cuyos blancos preferenciales son la prensa de los monopolios, los generales y quién más se interponga en el camino de Jair Bolsonaro, cuyo plano es patear la mesa para implantar un régimen fascista en Brasil.
Carlos ya sugirió incluso que la guardia ofertada por el Gabinete de Seguridad Institucional, del general Augusto Heleno, está comprometida contra su padre. En el 7 de septiembre, en un acto simbólico, como aquel que pretende defender el padre, se sentó en el banco de tras del automóvil presidencial y, enseguida, montó un sofisticado sistema de seguridad de imágenes para monitorear el procedimiento de los médicos durante la cirugía del presidente fascista. Recientemente, pidió inclusive licencia de la Cámara de Concejales de Río para ejercer la actividad de guardaespaldas del padre.
Carlos es reconocido por el padre como detentor de “profundos” conocimientos en redes sociales, capaz de elegir un presidente de la república. También como quién es capaz de usarlas para manipular las conciencias de millones de brasileños a través de “fakes” o mentiras disparadas masivamente por un verdadero ejército de repasadores entrenados para afirmar y reafirmar las mayores idiotices y vulgaridades extraídas de la lata de basura de la humanidad. Y sirve a la causa muy bien, causando confusión con la finalidad de naturalizar el caos en un ambiente propicio a la implantación del fascismo.
Pero él es apenas un chupamedias de la patota de reaccionarios de una extrema-derecha mundial, que sólo ve el futuro por el espejo retrovisor de la historia, que desdeña de los avances que la humanidad obtuvo con mucho derramamiento de sangre, como fue la derrota impuesta sobre las hordas nazifascistas.
Lo que Jair Bolsonaro y sus hijos anhelan es llevar adelante, en el sentido de la corporativización, el golpe militar para prevenir el levante de las masas, golpe que inexorablemente se chocará con la Revolución Democrática, Agraria y Antiimperialista que de forma represada se viene gestando a más de un siglo y que, a pesar de la reacción siempre haberla desmantelado a hierro, fuego y sangre, nunca logró ahogarla. La Revolución persiste y se levantará, nuevamente, con mucha más fuerza, conciencia y certeza de su triunfo.
El núcleo duro de la extrema-derecha (Bolsonaro, sus hijos, jefes de iglesias neo pentecostales, guiados por el anticomunista fanático Olavo de Carvalho), observando un turbio camino que las clases dominantes tendrán que recorrer para impulsar el capitalismo burocrático (camino peligroso, pues para tanto es necesario espoliar y masacrar las masas populares ya indignadas) tiene una percepción de que el único camino de prevención a la rebelión de las masas – la única forma de abortar el peligro de revolución – es la instalación de un régimen militarista corporativista para embaucar las masas, con base en el anticomunismo hidrofóbico. Con eso, crear un caldo de cultura que justifique el terror desenfrenado contra las organizaciones democráticas y populares – en el terror y represión, a propósito, tal núcleo y los generales derechistas convergen como nadie.
Para aplicar tal plano, la retórica de la extrema-derecha es la de que “todo lo que está ahí” es obra de los comunistas (¡vean que absurdo!), que, según sentencian los delirios olavistas, estarían infiltrados en las instituciones, difundiendo el “marxismo cultural” que domina la prensa y la universidad. Por eso, en su posesión, Bolsonaro dijo que el “problema ideológico” era peor que la corrupción. Para justificar su obstinación por el régimen militar fascista para “salvar el país del comunismo”, la extrema-derecha acusa a todos que pasaron por el gobierno pos-régimen militar, con excepción de Sarney y Collor, por tal “crimen”. Notorios derechistas anticomunistas (como el propio general Villas-Bôas) se hacen, de la noche a la mañana, “comunistas” empedernidos para los bolsonaristas más fanáticos.
El gobierno de hecho del ACFA restringe el grupo de Bolsonaro, pues ha plena conciencia de cuan desastroso para la contrarrevolución sería en este momento la imposición de un régimen militar, que haría levantar un amplio frente de resistencia en la sociedad, una ola de total repudio a las Fuerzas Armadas y a los militares. En el campo de la contrarrevolución, para la extrema-derecha, como dijo el gurú bolsonarista Olavo de Carvalho, “la única salida es el presidente apoyarse en el pueblo que lo ama”, dijo, refiriéndose a las masas iludidas y, apoyándose en esa masa, crear una “militancia bolsonarista” activa para “imponer su autoridad por igual a civiles y militares”. Ahí él se refiere, es claro, a la necesidad de una corporativización fascista de la sociedad. Y él fue más lejos: “O eso, o ya estamos en una atmósfera de golpe no declarado”.
La realidad es que, tanto la extrema-derecha y su proyecto de “revolución” fascista cuánto los generales derechistas y su proyecto de vieja “democracia” bonapartista se utilizan de una súper explotación inaudita de las masas de nuestro pueblo. Bolsonaro, buscando ganar apoyo de más sectores del imperialismo yanqui, predica convertir el Brasil en un protectorado yanqui, entregar los recursos naturales y minerales y la producción agrícola.
En esa situación, a las masas, azotadas que serán como siempre han sido, sólo les restará combatir por sus menguados derechos hasta encontrar el luminoso camino de su liberación. Lo Nuevo sólo puede surgir en nuestro país a través de la liquidación de toda esa estructura: la base semifeudal y condición semicolonial empaquetadas en modernidad y tecnología de punta, liquidación que vendrá cuando el poder popular de Nueva Democracia imponerse y la soberanía nacional se sobreponer. El Nuevo Estado revolucionario, una nueva economía y nueva cultura materializados en la liquidación del latifundio por la distribución de tierras a los campesinos sin tierra o con poca tierra, en la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía y en el confisco de todo el gran capital extranjero y local para ser aplicados en favor del progreso del pueblo y de la Nación.
Que el territorio nacional sea poblado por pequeños productores organizados en cooperativas con asistencia técnica efectiva, garantizada por el Nuevo Estado, en acelerada mecanización y colectivización de la producción volcada a la alimentación de la población y abastecimiento de materias-primas para el salto de la industrialización completa del país, volcada principalmente a la satisfacción de la Nación y a la cooperación y solidaridad a los pueblos y naciones también en lucha por su liberación del yugo imperialista.
¡Sólo la gran Revolución Democrática hará nacer un Brasil Nuevo!