Haití pasó por elecciones después de casi un año del terremoto de 7.3º en la escala Richter y en medio a una epidemia de cólera sin precedentes. Las protestas en el país son solapadas, el pueblo es reprimido, son publicadas mentiras y la imagen que los medios de comunicación pasan es la de extrema violencia — negra del tamaño del prejuicio causado al pueblo haitiano — y como si él estuviera al borde de una guerra civil. Todo en nombre de la legitimación de la ocupación en un país que, desde siempre, resiste. Resistió a la esclavitud, al colonialismo, a los golpes de Estado promovidos por los imperios de turno, resistió y sigue resistiendo al hambre y a las invasiones, aunque precariamente, pero con incansable coraje.
Haití funciona como laboratorio donde se desarrolla toda suerte de juegos de guerra a ser aplicados en las periferias y favelas de otros países. Las favelas de Río de Janeiro son testigos de esto. Ya son 6 años de ocupación de la ONU y nada allí cambió, excepto las cifras de muerte… para más. El mismo índice de pobreza, la misma falta de infraestructura que permitió que el terremoto llevase más de 250 mil vidas e hiriera otras miles, la misma ausencia de agua potable y cloacas y servicios de salud que permite que las enfermedades y, ahora, el cólera se propaguen cada día por el país. Hasta el momento, son más de 2 mil muertos y alrededor de 100 mil personas afectadas, de las cuales la mitad se encuentra hospitalizada sin perspectiva de salir con vida.
La vida y los derechos humanos en Haití dan lugar a las órdenes de esa llamada comunidad internacional, encabezada por países poderosos, cuyos oscuros intereses van desde utilizar de la privilegiada posición geopolítica de la isla a la instalación de maquiladoras con sus modernas técnicas y la vieja explotación de mano de obra más barata.
Tampoco hubo reconstrucción. Los escombros de las 320 mil construcciones están allá mirando para una población pobre desamparada, viviendo literalmente en las calles o, con un poco más de suerte, en tiendas, donde lo impensable acontece: abusos de niños, violación de mujeres, asaltos a la poca comida acumulada… Campamentos son montados por los marines fuera de la capital, verdaderos campos de concentración donde nadie puede entrar… o salir.
Y es en este cuadro que se dan elecciones generales y legislativas y que se habla en un proceso electoral libre, independiente, democrático y transparente – todo lo que es visiblemente imposible en un país ocupado. En 28 de noviembre, se presentaron 18 candidatos a la presidencia. En sus plataformas no entraron la reconstrucción y la preocupación con el modo como la población está viviendo, tampoco defienden alguna salida que no sea la de atraer inversiones extranjeras — nada más que expandir las zonas francas.
Antes de los resultados de la primera vuelta, hubo denuncias de posibles fraudes y una lista reacción de nueve de los candidatos que, más temerosos de ser embaucados de que preocupados con los niveles alcanzados por la corrupción, usaron de esta como argumento y pretexto para pedir la anulación de las elecciones. Tanto fue así que Mirlande Manigat y Michel Martelly, que se habían unido a los que protestaron, inmediatamente volvieron atrás al saber que habían pasado para la segunda vuelta.
Las elecciones fueron consideradas las más desorganizadas de los últimos tiempos por los observadores internacionales. Los 4,7 millones de votantes se presentaron a lugares donde no había cédulas de algunos partidos para votación, donde los locales fueron abiertos mucho después del horario estipulado, donde presidentes de mesa abrían los sobres de cédulas y las rasgaban si no eran de su agrupación, donde personas no consiguieron votar, porque sus nombres no constaban de la lista, por ser de partidos de oposición al candidato oficial, Jude Celestin.
Otras tantas irregularidades fueron denunciadas y las votaciones fueron suspendidas una hora antes de su término oficial. Pasaron tres candidatos para la segunda vuelta, que deberá ocurrir en 16 de enero próximo: Manigat — de la Unión de Demócratas Nacionales Progresistas (UDNP); con 31.37%; Celestin — de la formación Inite, con 22.48%; y el cantante Michel Martelly — del Repons Peysan, con 21.84%.
No importa quién gane, porque todos acatan el poder imperialista, no discuten ni siquiera la presencia de las tropas de ocupación y pasan lejos de las necesidades del pueblo. Uno de ellos hasta presenta un slogan más radical: “Vote en Martelly, sino es la guerra civil”, pero todos ellos son los mismos de todos esos años o sus herederos juramentados; los mismos de siempre; todos muy iguales y cada uno de ellos más igual que el otro.
El presidente Préval consideró normal lo ocurrido y el Consejo Electoral validó las elecciones con el apoyo de la Organización de los Estados. No podía ser diferente, pues están siendo organizadas y financiadas bajo la tutela imperialista. Cualquier tipo de desvío de interpretación de las órdenes imperialistas es reprimido. Y quien garantiza las elecciones son las tropas extranjeras: 12 mil soldados de la Minustah y 20 mil marines yanquis— especialistas bien equipados en represión.
A través de esas elecciones “pacíficas”, queda, por lo tanto, legitimada la presencia “necesaria”, por tiempo indeterminado, de las “tropas de paz” en Haití, representantes del dominio imperialista. ¿Quién puede contestar? Los movimientos populares, las agrupaciones campesinas, los sindicalistas auténticos están esforzándose para denunciar las maniobras de la derecha lacaya y del gobierno entreguista, para repudiar los acuerdos neoliberales y, por fin, presentar y trabajar sus proyectos de reforma agraria, con producción de comida y proyectos habitacionales, a camino de la reconstrucción del país basada en los principios de la construcción de una sociedad más justa.
Grandes protestas contra la ocupación
En los últimos dos meses de 2010 muchedumbres enfurecidas atacan las tropas invasoras de la ONU en respuesta a la permanente agresión contra el pueblo.
Los haitianos acusan la ONU por las terribles consecuencias provocadas por el cólera y responsabilizan las tropas nepalesas por haber introducido la bacteria en el país con la llegada de su último contingente de militares.
Con el agravamiento de la epidemia, las protestas populares se radicalizaron. Comisarías y edificios públicos fueron incendiados por las masas indignadas. Manifestantes atacaron puestos de la ONU con palos y piedras y dejaron seis “cascos azules” (cómo son conocidos los soldados de las fuerzas invasoras de la ONU) heridos.
En noviembre por lo menos cuatro personas fueron asesinadas por las tropas invasoras. En 18 de noviembre, centenares de jóvenes haitianos ocuparon el centro de Puerto Príncipe, irguieron barricadas y atacaron soldados brasileños. Los manifestantes cercaron y tiraron piedras en un camión con soldados de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah). Un soldado brasileño cayó y fue alcanzado por varias piedras, pero consiguió levantarse y embarcó en el camión que emprendió fuga.
Los jóvenes bloquearon con tachos de basura las calles próximas al Palacio Presidencial, sorprendiendo el pequeño contingente que patrullaba la zona.
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* Lúcia Skromov es activista social y miembro fundador del Comité Pro-Haití
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