Para un análisis que apunte para la real situación política de Brasil tenemos que localizar la contradicción principal del proceso en curso.
El monopolio de los medios de comunicación, la burocracia judicial y el Partido Único dan aires de seriedad a un sistema político que exhala el mal olor de la carroña en que se transformó.
En verdad, como el sistema montado para la reproducción del viejo Estado no funciona más, la política evolucionó para la guerra como medio de resolver las contradicciones. La guerra civil reaccionaria contra el pueblo pobre y negro movida por el viejo Estado se intensificó con la intervención militar en Río de Janeiro (al punto de instalarse en las carcomidas instituciones, tal como en el área de la “Seguridad Pública” de Río). Algunos ejemplos de cómo la política está operándose por medio de la violencia son, por ejemplo, la ejecución de la concejala Marielle, además de los tiros disparados contra el campamento del PT y, más recientemente, la puñalada en el fascista Bolsonaro.
Tal como acontece con la crisis del imperialismo a nivel mundial, en que la violencia sustituye la diplomacia y la comprensión, lo mismo ocurre en el país en medio a la crisis del capitalismo burocrático en Brasil (defendido a hierro y fuego por el Estado burgués -latifundista servil del imperialismo, principalmente yanqui, además de su farsa electoral). Es decir, la resolución de las contradicciones en la sociedad, que son contradicciones de clases, tiende cada vez más a ser resuelta a través de la violencia.
Esa situación refleja la falencia de instituciones fundadas en la vieja orden semifeudal y semicolonial, a la cual las masas bienen oponiendo ferreña resistencia en la forma de rechazo del proceso electoral y aumento de la protesta popular, en el campo y en la ciudad.
Muchos no ven, otros no quieren creer y la minoría reaccionaria ya opone su preventiva resistencia al proceso de cambio que Brasil deberá inevitablemente florecer. Ese proceso es muy diferente de una nueva farsa electoral, inclusive es exactamente opuesto a ella: se trata de la Revolución Democrática, Agraria y Antiimperialista.
Una revolución que esté anclada en la resolución de dos grandes contradicciones que encadenan nuestro país al retraso semifeudal y semicolonial: la Nueva Democracia y la Independencia Nacional.
Resolver la cuestión agraria con la toma de los latifundios y su distribución de las tierras improductivas a los campesinos sin tierra o con poca tierra, y destinando cuota ponderable de los intereses de la deuda pública arrestados a los bancos para inversión en máquinas y equipamientos que contribuyan para el incremento de las fuerzas productivas en el campo, transformando las arcaicas relaciones de producción (gran parte de ellas ocultas y encubiertas por las formas de la “modernización”, el llamado “agronegocio”).
La Revolución Agraria, como base y parte llave de la Revolución Democrática, además de todo, tendrá el don de destruir los feudos electorales mantenidos por viejas oligarquías locales y regionales, cimiento del corrupto sistema electoral brasileño. La Revolución lo hará con la alianza obrero-campesina, base del frente único de las clases populares, estableciendo la República Popular de la Nueva Democracia.
Las conmemoraciones del día 7 de septiembre realizadas por mentes colonizadas, en el estilo de cambio de amos (pues consideran que Brasil tiene que estar bajo la tutela de un país colonialista, con relación a Inglaterra o imperialista, con relación a USA), aceptan con naturalidad y son partidarios de la política imperialista de subyugación nacional.
Acontece que la nación está harta de tanta opresión y tanta explotación y se opone cada vez con más conciencia y decisión a un Estado podrido, cuyas Fuerzas Armadas cierran los ojos al robo practicado por mineras a nuestras riquezas como el niobio, el oro, el hierro, el diamante y tantos otros; que cierran los ojos a la saña avasalladora de las petroleras al pre-sal. Que de forma lacaya justifican la entrega de la Base de Alcântara al Mando Sur de las Fuerzas Armadas del USA, aún después del indecente sabotaje que asesinó decenas de científicos, ingenieros y técnicos brasileños, en 1997. Para no hablar de la sangría practicada anualmente al destinar más de 40 % del presupuesto de la unión, más de un tercio de la recaudación de los impuestos, a los pagos de intereses y servicio de la deuda pública (más de R$ 5 billones), generando logros fabulosos al sistema financiero – a que las Fuerzas Armadas también cierran los ojos.
Para hablarse de una democracia en Brasil es preciso resolver estas dos grandes contradicciones y por el peso de sus amarras, sólo una Revolución podrá concretizarla.
Un Brasil Nuevo jamás saldrá de la farsa electoral. Basta que se verifiquen los programas de los candidatos a la gestión del viejo Estado, con propuestas que sólo consolidan la subyugación o, para variar, con propuestas que sólo pueden concretizarse con la ruptura violenta de la dominación.