Venta de votos y el rechazo a la farsa electoral

Charge: Raoni Aratana

Venta de votos y el rechazo a la farsa electoral

Está llegando la época de la “fiesta de la democracia” justamente donde ella se presenta de forma más destilada: en los municipios y en la política local. Una pequeña vuelta en el interior de mi Nordeste ya anuncia la llegada de las urnas con una romería de camiones llenos de tejas y ladrillos para comprar votos en los poblados. Un sentimiento general de desconfianza con todo el proceso electoral, y con el propio régimen demoliberal, siempre es absorbido por algunas de las fuerzas políticas más degeneradas y fascistas de nuestro país. Hoy no es diferente: pero, en la mayoría de las veces, eso sólo se manifiesta por un genérico moralismo “anti corrupción”.

Es de ese microcosmos de la vieja democracia que podemos abstraer un poco de lo que existe a nivel nacional. Claro, enmascarado por una máquina mucho más capaz: coronelismo, corrales, asociaciones espurias, negociados… Y, más importante, el oportunismo apareciendo como una fuerza desesperada por el mantenimiento y validación del sistema, por medio de  una población generalmente apática y desacreditada de los “cambios” mediante el voto, en especial en el interior.

Sobre esa apatía y rebelión espontáneas se acostumbraba oír la caracterización de “antipolítica”; claro, con los criterios tacaños de la sociología del oportunismo – este que siempre está atrás del pueblo en comprender que a las formas sociales existentes cabe el distanciamiento y el antagonismo. Y estos aparecen en la forma de la abstención irreflexiva, a veces en la forma de la venta de votos; las manifestaciones reivindicativas y el reformismo de la “anti corrupción”. Esa “antipolítica” es, sin embargo, cargada de contenido político: evidencia las grandes contradicciones, aunque de modo espontáneo e individual.

 

¿Un voto o unas tejas?

La venta de votos, por ejemplo, usualmente tratada sólo por el lado moral – tanto del político que compra el voto como de quien lo vende –, es una forma de abstencionismo electoral que tiene significación política, aunque irreflexiva. Además de la situación financiera de la persona que vende en pago de ladrillos y cestas básicas, lo que se propagandea como nuestra mayor garantía democrática, tiene el sentimiento de ver esa garantía como inútil, inconsequente e incapaz de resolver los problemas del pueblo, de los más profundos a los más cotidianos e inmediatos. Es la descaracterización completa del proceso electoral, su chacota, se aproxima de la comprensión del real funcionamiento del Estado y de su carácter de clase. Si el voto no vale nada, de esta forma él lo hace.

La genérica expresión “harina de la misma saca” posee una significación moral, pero es también una generalización del sistema que, lejos de ser combatida, debe ser orientada ideológicamente. Se trata de una reacción, no de actitud atrasada o “anti-democrática”. El recrudecimiento de la lucha de clases genera desconfianza en las soluciones “democráticas” presentadas; la pauperización fuerza las masas a buscar soluciones “no-ortodoxas” para necesidades reales. En su esencia, la venta del voto es análoga al boicot y debe ser comprendida de esa forma – es una actitud que sólo puede ser tomada por quien no ve legitimidad alguna en el viejo Estado.

Evidentemente, representa un acto pequeño que pode hasta ser calificado de vivaracho, pero enfatizar eso es moralismo, así como es rechazar el pueblo hambriento que saquea camiones parados en la carretera. Lo principal es que hay medios, en la democracia burguesa, para que la elección sea decidida parcialmente por soborno, crimen previsto por ley (nº 9.840/99), y que aun así acontece a la luz del día, en el sol tras el almuerzo, para el conocimiento general.

Decir que es “medio camino andado” que haya esa desconexión entre el pueblo y el Estado no significa implicar que de ahí ya surja una potencialidad revolucionaria; sería ver el problema de manera unilateral. Lo principal es comprender que no es tarea de los comunistas y verdaderos demócratas insistir en convencer el pueblo de un sistema que él, en gran medida, ya rechaza resolutamente, apostando en “candidaturas populares” a las vísperas de la culminación de un golpe de Estado. Lo importante al reforzar eso es comprender que existe un espacio para elevar la conciencia y vencer las posiciones atrasadas al reforzar el antagonismo entre las masas y el viejo Estado y sus instituciones. Posiciones atrasadas que se manifiestan, muchas veces, como un conformismo subjetivo.

Ese conformismo se observa no solamente en quien vende los votos, pero en parte significativa del abstencionismo espontáneo y popular. La correcta interpretación de que el viejo Estado no se altera por el resultado electoral se queda con la ideología oficial de que la principal forma de hacerse política” es votando a cada dos años, resultando en un sentimiento de que esa es la “manera como las cosas son” y punto final. O sea, si, por un lado, se comprende el real valor del voto en la vieja democracia, se cree que, por ser esa la única forma de ejercer política, todo está perdido. Se nota también la cooptación, por parte de las instituciones reaccionarias que canalizan todo a la farsa electoral, de las organizaciones de base, tales como sindicatos, asociaciones de barrio y poblado, comunidades de iglesia; justamente las organizaciones que podrían estar movilizando esas masas de modo autónomo y, potencialmente, haciéndolas descubrir su propia fuerza.

Lo que resta para el desacreditado es, por lo tanto, aprovechar la oportunidad y sanar sus demandas básicas (sea vendiendo el voto o depositándolo en el que “roba, pero hace”); o, como vemos en tantos vídeos “viales”, rasgar o quemar su título de elector en protesta individual.

No se trata, por lo tanto, esencialmente de un debate moral; ni la tarea inmediata es la de despender energía convenciendo quién ya está desacreditado en el viejo y empodrecido sistema, negando la validez de su comprensión empírica del funcionamiento de la vieja y empodrecida orden. El trabajo de las fuerzas democráticas y revolucionarias es lo de siempre: transformar las angustias conformistas en una fuerza de combate.

Ao longo das últimas duas décadas, o jornal A Nova Democracia tem se sustentado nos leitores operários, camponeses, estudantes e na intelectualidade progressista. Assim tem mantido inalterada sua linha editorial radicalmente antagônica à imprensa reacionária e vendida aos interesses das classes dominantes e do imperialismo.
Agora, mais do que nunca, AND precisa do seu apoio. Assine o nosso Catarse, de acordo com sua possibilidade, e receba em troca recompensas e vantagens exclusivas.

Quero apoiar mensalmente!

Temas relacionados:

Matérias recentes: